En los últimos años hemos tomado conciencia de que, desde un punto de vista evolutivo, biológico e, incluso, antropológico, los dos sistemas prioritarios para la supervivencia del ser humano (y, por tanto, los dos sistemas a los que se va a priorizar el aporte de energía) son el cerebro y el sistema inmunitario.

El cerebro como regulador de la inflamación

 

Entender esto es entendernos mejor.

Da igual la situación ante la que nos encontremos. Frío, calor, hambre, oscuridad, dolor, cansancio… La respuesta ante cualquier estado corporal va a depender tanto de la interpretación que de él haga el sistema inmune como de la conducta que el cerebro decida que es óptima para la supervivencia.

1. 1. El sistema inmune interpreta, discrimina y reacciona

El sistema inmune en reposo no está inactivo. Cumple importantes funciones corporales, como modular el crecimiento celular. También apoyar en los procesos de limpieza celular o reparar tejidos dañados.
 
Pero, además, para que sea eficaz debe ser capaz de interpretar los cambios en el mundo que le rodea. El sistema inmune debe poder responder adecuadamente a esta pregunta: ¿conozco a este forastero? Es decir: un sistema inmune eficaz debe ser capaz de discriminar. Discriminar aquello que pone en riesgo nuestra supervivencia de aquello que no supone un peligro.
 
Realmente, el sistema inmune tiene una relación incómoda con el medio ambiente. Constantemente estamos enfrentándonos a situaciones nuevas y, en la mayoría de las ocasiones, este encuentro con algo novedoso no supone una amenaza. Ahora bien, en esas escasas veces en las que no lo es, puede ser muy peligroso. Y un sistema inmunológico eficaz debe ser capaz de discriminar esas diferencias:

  • Debe distinguir lo propio de lo ajeno.
  • Debe distinguir lo no propio inofensivo de lo no propio peligroso.

 
Y, ante una señal de alerta, de peligro, deberá activar sus mecanismos para priorizar la obtención de energía.
 

2. 2. El cerebro ante la incertidumbre

Por su parte, ante la percepción de una amenaza por los cambios en el entorno (tanto externo como interno), el cerebro debe responder a esta pregunta: ‘¿Qué conducta debo seleccionar para proteger mi futuro bienestar físico, mental y social?’. Es decir, debe seleccionar una estrategia y llevarla a cabo. La cuestión es que no siempre conoce cuál es la estrategia adecuada para esa situación. En esos casos, aparece el estrés y, con él, una mayor demanda energética por parte del cerebro. Si la respuesta no está asegurada, surge una sensación de falta de control y de incertidumbre.
 
Es importante hacer hincapié en el concepto de incertidumbre. Más allá del peligro, parece ser el factor clave que desencadena una respuesta estresante, como vemos en este estudio. Incómodo, el cerebro va a activar sus propios mecanismos de captación extra de energía. El objetivo es aprender más sobre esta nueva situación. Y así, encontrar la estrategia adecuada.
 

¿Cómo influye el sistema inmune sobre el cerebro?

Una vez reconoce un peligro (especialmente si es el primer contacto que tiene con él), activa todo su arsenal. Produce sustancias que facilitarán que le llegue un aporte extra de energía. Al mismo tiempo, ‘seduce’ al cerebro para que genere una conducta de ahorro energético. Es lo que conocemos como ‘la conducta de enfermedad’: nos ponemos malos.
 
Este ‘ponerse malo’ es un conjunto coordinado de cambios conductuales adaptativos que se desarrollan en individuos enfermos durante el curso de una infección. Letargo, depresión, somnolencia, malestar, pérdida de apetito, retiro social, falta de concentración… Si te das cuenta, el sistema inmune está condicionando la conducta y ajustando la expresión de neurotransmisores como la dopamina, noradrenalina y serotonina.
 
Y puede que te preguntes si, de la misma manera que el sistema inmune genera cambios en el cerebro, no se puede producir el fenómeno a la inversa. Es decir, que también el cerebro propicie cambios en la respuesta inmunitaria. La respuesta es: por supuesto que sí.
 

El caso de Wim Hof

Para acercarnos a esta cuestión, os hablaré de un caso asombroso y extremo. Se trata de la historia de Wim Hof. Un personaje mediático que cuenta en su haber con varios récords mundiales de tolerancia al frío extremo. Hof asegura que, simplemente concentrándose, puede influir en su sistema nervioso autónomo y, por lo tanto, en su respuesta inmune innata.
 
cerebro como regulador
 
Y no solo lo asegura, sino que se ha prestado a ser sujeto de estudios para demostrarlo. Así, mientras él comienza a meditar se le introducen 2ng/kg de peso de lipolisacáridos para simular una endotoxemia. Y se compara su respuesta con la de otros 112 individuos a los que también se ha sometido a este mismo método de inducción a la endotoxemia. En estos otros participantes, la respuesta habitual fue de 48 horas de hiperactividad inmunitaria. Además, fiebre, fatiga y vómitos. En cambio, Wim Hof neutraliza la clínica en un cuarto de hora. Además, estos resultados se corroboran con una marcada disminución de citoquinas inflamatorias (mensajeros inmunitarios).
 

¿Cómo influye el cerebro sobre el sistema inmune?

Comenzaba este post hablando de que el cerebro es un órgano prioritario para la supervivencia. Es nuestro director de orquesta y, como tal, necesita que el cuerpo obedezca, que acate las decisiones que toma. Para ello, tiene un sistema de comunicación mucho más directo e inmediato que el que tienen el resto de los sistemas. Hablamos de los nervios.
 
Los nervios son transmisores de señales con una capacidad única: a diferencia de los factores endocrinos (como las hormonas), entregan de forma instantánea señales dirigidas con precisión. El sistema nervioso central (SNC) se comunica con prácticamente todas las partes del cuerpo a través de neuronas sensoriales y motoras. Y, actualmente, empezamos a tener suficientes evidencias para afirmar que el sistema inmunológico está regulado de manera similar a través de lo que se ha bautizado como reflejo inflamatorio.
 

Control de la inflamación mediada por el nervio vago:

 
Una de las vías más estudiadas de control de la inflamación por vía nerviosa es la que está mediada por el nervio vago. Se ha visto en estudios que la activación de la señalización colinérgica del nervio vago eferente tiene efectos profundos sobre la producción sistémica de marcadores inflamatorios en una endotoxemia (¿recuerdas a Wim Hoff y su endotoxemia voluntaria?)

  • Tanto la estimulación farmacológica como la eléctrica del nervio vago reducen los niveles de citoquinas proinflamatorias en una amplia gama de enfermedades. Por el contrario, la ablación del nervio vago cervical evita estos efectos (estudio, estudio)
  • Dado que el nervio vago serpentea y se ramifica en una multitud de tejidos y órganos, es probable que algunas de estas conexiones neurales formen parte de otros circuitos reflejos neuroinmunitarios diferentes del reflejo inflamatorio prototípico.
  • Además del nervio vago, numerosos estudios llevados a cabo tanto in vitro como in vivo han mostrado que las catecolaminas liberadas por las fibras nerviosas simpáticas tienen también potentes efectos moduladores sobre las células inmunes. Tanto en el tipo de respuesta como en la alteración del tráfico de monocitos y linfocitos.
  • Además de las catecolaminas, también los glucocorticoides tienen profundos efectos sobre la actividad inmunitaria, tanto activándola como suprimiéndola (estudio).

 

Conclusiones

  • Independientemente de la interpretación del entorno del sistema inmune, el cerebro es capaz de amplificar o modular la respuesta inmunitaria.
  • En pacientes en los que la actividad inmunitaria se perpetúa y deja de ser beneficiosa para el individuo, recurrir al “ordenador central” puede darnos herramientas directas de modulación de la sintomatología.
  • Además de identificar las causas de la activación crónica del sistema inmune, ayudar a la persona a disminuir la incertidumbre permite al cerebro identificar que las señales inmunitarias no son en realidad de tanta alarma y, así, activar sus mecanismos de modulación.
  • A su vez, el desarrollo de nuevas vías de estimulación del nervio vago y de las diferentes acciones neuroinmunomoduladores, aunque aún en fases iniciales de estudio, ofrece un gran campo de abordaje para los terapeutas. Así como esperanza para las personas con patologías inmunes o autoinmunes.