La escuela forzosa online y la democracia de la educación

Es un buen debate que hay que llevar a cabo dadas las circunstancias actuales.
La cuestión no es baladí ya conozco varios casos de conflictos.
Hay que tener los medios para poder estudiar en estas circunstancias.
 

La escuela por Internet iba a democratizar la educación, pero el curso forzosamente online está teniendo el efecto opuesto

La crisis sanitaria se ha llevado por delante, entre muchas otras cosas, las clases presenciales. Lo que en el imaginario colectivo va ligado a la fiesta de niños y adolescentes, que se libran de ir al colegio, tiene en la vida real una cara vitriólica: para muchas familias, la obligatoriedad de quedarse en casa y seguir las clases de forma online es un problema serio que a medida que se alarga el confinamiento va tornando en tragedia, ya que no disponen de todas las condiciones necesarias para continuar con el curso.
Condiciones como un equipamiento tecnológico y una conexión a Internet mínimamente suficientes para poder recibir y enviar las tareas y las clases de sus profesores. Quien no las tiene, podía solventarlo mejor o peor durante la normalidad con los equipos y la conexión del centro, pero ahora está vendido y tiene que inventar soluciones improvisadas, si es que puede, para no quedarse atrás respecto a sus compañeros. Hablamos con las voces que sufren este parón en sus carnes.

Clases por videoconferencia y tareas online en una casa sin portátil

En casa de Maricel, el confinamiento les pilló con conexión Wi-Fi en casa y un portátil conseguido pocos meses atrás. Los problemas de las dos primeras semanas se limitaban a que sus dos hijas, Itxiar y Alaitz -que junto a su madre encabezan este artículo-, de 10 y 13 años, se pusiesen de acuerdo para compartirlo y cuadrar las horas de uso. El problema serio llegó cuando ese portátil se estropeó y desde entonces no ha habido forma de arreglarlo.

Seguir clases online y hacer tareas escolares a la vez con un móvil, misión más que complicada

Desde su casa en Salou nos cuenta que la vía para comunicarse con el colegio durante estas tres semanas ha quedado limitada a los dos móviles de la casa: el suyo, que también usa por momentos su hija pequeña, y el de su hija mayor.
«La mayor se va apañando con el móvil, pero no es lo mismo que un portátil para buscar información, crear tareas y todo eso. La pequeña me lo pide y con eso se descarga las tareas, hace una foto al cuaderno cuando las completa y la envía por mail a los profesores», explica Maricel. Dos móviles que son ahora más sagrados que nunca. «A la pequeña se le cayó el otro día y pensé «si llega a romperse…»».
La madre, que ha sufrido un ERTE como otros cuatro millones de españoles, todavía no ha cobrado la prestación, pero sigue teniendo facturas que pagar y tres bocas que alimentar. Solo faltaba añadir una reparación de un teléfono a una situación cada vez más complicada.
Tras el parón de la Semana Santa, las clases online pasaron a asemejarse más a las presenciales, con horarios concretos y largas sesiones en las que atender al profesorado. Algo que sin un portátil va costando, sobre todo si esa clase está pensada para darla mientras se va poniendo en práctica lo aprendido en un formato digital. Para colmo, es un teléfono con almacenamiento escaso y «siempre hay que ir eliminando fotos, vídeos, mensajes, todo lo posible para hacer espacio para poder instalar una aplicación que manda el colegio, cosas así».
Y la brecha se va haciendo notar. «Si vuelven las clases en septiembre, los niños llegarán con retraso, sobre todo los que ya iban peor, los que más necesitan que estén encima de ellos».

El alumno al que está llamando está apagado o fuera de cobertura

Lucía Pascual, una profesora malagueña, ha visto cómo algunos de sus alumnos han dejado de dar señales de vida tras el fin de las clases presenciales, especialmente en el grupo PMAR (Programa de Mejora del Aprendizaje y el Rendimiento, la antigua Diversificación), donde un tercio de los alumnos está sin localizar, intuyen que por causas de fuerza mayor que tienen mucho que ver con la brecha digital.

«Se nota mucho la diferencia con los de Bachillerato, donde el ratio de desconectados es muy inferior. Ahí hablamos con los alumnos mediante Google Classroom, pero con los de PMAR tenemos que usar Telegram, porque están menos familiarizados con el ordenador, y muchos directamente ni lo tienen. Hablamos de familias con un perfil sociocultural más bajo, con recursos más limitados», dice la docente andaluza.
Pasar de una plataforma muy específica como Classroom o el portal Séneca, de la Junta de Andalucía, a conversaciones en Telegram, obedece a «una medida excepcional ante una situación excepcional», dice Lucía. «Si dejábamos que pasara un tiempo sin contactar con ellos de ninguna forma, era mucho más probable que perdieran el curso. Queríamos mantener esa rutina y esa comunicación dentro de lo posible».
La incomunicación con algunos alumnos, contrariamente a lo que se pudiera asumir, no tiene que ver con que fueran alumnos proclives a desconectar. «Son casos en los que no había absentismo, únicamente una alumna china dejó de venir justo antes del confinamiento, suponemos que por prevención sanitaria de su familia. Lo que queremos es seguir en contacto con ellos, que sigan la dinámica del curso para que no lo pierdan. Los padres suelen poner buena voluntad, pero la situación se les escapa». Algo que se puede complicar con el panorama actual y que endurece la desinformación que pulula sin control. «Una alumna me escribió el Viernes Santo preguntándome si era verdad lo que había leído, que todos iban a tener que repetir el curso entero. Le tuve que decir que no, y que siga trabajando, porque todo suma».

25 GB al mes para dos alumnas estudiando online

A diez kiómetros de casa de Maricel y sus hijas está la de Montse Molina, en Reus, donde también vive con sus dos hijas, María y Martina, de diez y doce años. La mayor tiene un Chromebook del colegio, la pequeña tiene un portátil que le regalaron por su comunión, y la madre tiene un móvil. Punto y final. Esos son los tres dispositivos con los que cuentan las tres. Parece más que suficiente, pero falta algo clave: una conexión Wi-Fi.

Una conexión ilimitada a Internet es un lujo que en algunos hogares todavía no puede estar presente

No la hay en su casa y solían tirar de la conexión del colegio para completar algunas tareas, especialmente la hija mayor. Ahora no tiene esa opción, y la única alternativa pasa por lo que antes era un apoyo puntual: el tethering desde el móvil de su madre.
«Tengo una tarifa de 25 GB, me la he ampliado a propósito para que mis hijas se puedan conectar a Internet con ella, pero ni aun así me llega. Desde que empezó el confinamiento no hago nada con mi móvil que no sea compartirles Internet. No he mirado mi Facebook, ni mi Instagram… Nada, solo les comparto Internet para que puedan seguir las clases que les dan y entreguen sus tareas», nos cuenta mediante una llamada telefónica (nada de VoIP, claro).
Trató de que un vecino les diese la contraseña de su red a cambio de pagarle la mitad de la cuota, pero la señal que llegaba a su casa era tan débil que se volvía inservible. Hace unos días recibieron una llamada del colegio en la que les contaban que tal vez pudiesen mediar para conseguirles una conexión de banda ancha, pero sigue en trámite, siguen corriendo los gigas 4G.
Descargar un PDF o enviar un formulario no es demasiado problemático, dentro de la molestia. El problema ha llegado sobre todo en estas últimas semanas, en las que desde el colegio se han empezado a enviar vídeos con clases magistrales y a organizar videollamadas multitudinarias. Algo que engulle ancho de banda a un ritmo que una tarifa de 25 GB al mes no puede soportar durante mucho tiempo.
Queda la opción de contratar una nueva línea móvil específica con muchos gigas, algo que se puede hacer incluso en Estado de Alarma, pero la realidad no es tan sencilla. Montse es educadora social en una guardería y ahora mismo ha sufrido un ERTE. «Estoy sin cobrar, pero los gastos continúan. Esto al final influye en la educación de mis hijas, pero también en mi economía. Aunque no me puedo quejar, mi situación es delicada pero hay muchos que están peor». Naturalmente, ni le pedimos una fotografía para ilustrar este artículo: los 0,002 GB que puede ocupar una foto enviada por WhatsApp tienen un destino mucho más importante ahora. «El mes pasado me quedé dos días sin conexión alguna, no pude ampliar más, no teníamos forma de comunicarnos con el colegio y con el mundo que no fuese mediante llamadas de voz». Como hace unos pocos lustros, tan cerca y tan lejos.

«Los niños que más necesitan no descolgarse son justo los que más tienden a hacerlo ahora»

Quedarse sin poder comunicarse con el colegio es un problema que ha salido a la palestra en este confinamiento. Laia López, profesora catalana que trabaja con niños del último ciclo de primaria (de diez a doce años), ha comprobado cómo el 20% de todo el ciclo se está descolgando del curso a la fuerza, principalmente por la falta de dispositivos, o incluso por tener dispositivos pero obsoletos, sin actualizaciones necesarias para ejecutar el software adecuado.

«Vemos alumnos que no tienen ni siquiera Internet en casa, o que tienen dispositivos insuficientes y acaba siendo una guerra constante entre ellos… Hay incluso familias que han optado por dar por terminado el curso para sus hijos con tal de evitar esas peleas, priorizan el bienestar emocional a tener obligaciones que cumplir». No es el caso de nuestras familias entrevistadas, pero ocurre, sobre todo, según Laia, en cursos inferiores de primaria, donde los niños todavía no son muy autónomos y no hay tanto conocimiento en juego como en las edades previas al paso al instituto.
«Los niños que más necesitan no descolgarse son justo los que más tienden a hacerlo ahora, son los que tienen más dificultades, menos recursos…», explica la profesora. «Estos niños, si se descuelgan, es muy probable que los pierdas para los próximos años. Para los profesores es una sensación de vacío, y ves que en su casa no les ayudan porque no pueden, no tienen las circunstancias ideales. Y buscamos soluciones, las que sea, hasta llamarles a sus casas y darles ejercicios por voz para que los vayan haciendo, aunque sea en papel».
Dejar que estos niños en situación desfavorable pierdan el curso implica dejar que pasen más de seis meses desde la última vez que fueron a clase hasta su regreso, y eso contando con que el curso 2020/2021 empiece en septiembre con normalidad, algo que a día de hoy nadie puede asegurar. «A esos niños, la vuelta les costará muchísimo más si no han seguido el día a día, sufrirán más estrés, más ansiedad, será más duro. Y a nivel de contenidos no es lo mismo acordarse de algo que se dio hasta junio que de algo que desde febrero no se ha tocado», dice Laia. La propuesta de promoción de curso generalizada y benevolencia con las calificaciones del tercer trimestre no es el fin de todos los problemas.

Algunas familias han decidido por ellas mismas dar el curso por terminado para «evitar peleas y priorizar el bienestar emocional»

Lucía coincide: «Hace falta apoyar a estas familias, tienen que entender que nuestra labor es de acompañamiento, no nos limitamos a enviarles tareas, y eso para nosotros es un reto también, conseguir que sigan sus rutinas y sigan aprendiendo». Uno de cada cuatro niños españoles está en riesgo de pobreza, y la educación, tradicional ascensor social, está más en el aire que nunca. La euforia de hace dos décadas por la posibilidad de que Internet la democratizase hoy suena macabra en ciertos hogares.
Algunas comunidades autónomas -la educación es una competencia autonómica, no nacional- tienen programas que proveen de dispositivos a los alumnos, pero ni es algo nacional, ni en muchas comunidades está implantado en el 100% de los susceptibles de beneficiarse de ellos, ni existen análogos del bono social de electricidad aplicados a la conectividad, como podría ser una conexión a Internet de 30 Mbps y una línea móvil con 3 GB -una oferta básica- por un precio reducido para personas con escasos recursos, y más si tienen hijos en edad escolar. Y más en mitad de una pandemia mundial de la que aún andamos descubriendo si llegará un segundo brote en otoño, relegándonos probablemente a un nuevo confinamiento.
Un futuro incierto para un presente muy complicado. Las clases online parecían el futuro de la educación, democratizando el acceso a la formación desde cualquier lugar. La situación ineludible que ha traído el COVID-19 ha demostrado que, con unos cimientos débiles, la formación se vuelve menos democrática. Montse sigue haciendo cábalas para ver si llegará al día 30 con gigas suficientes.
 
 
DESDE XATAKA

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